Queridos amigos:
Un año más nos disponemos a celebrar la memoria litúrgica de la Beata Dolores Sopeña. Para todos los que la conocemos, es un momento de recordar la grandeza de su persona y de su obra y es también un estímulo para comprometernos a continuar con su ideal de trabajar en la promoción integral de la familia trabajadora, de dar a conocer a Dios a aquellos que aún no lo conocen y de hacer de todos una sola familia en Cristo.
Habitualmente, cuando pensamos en Dolores, viene a nuestra mente esa gran mujer y todo lo que fue capaz de realizar a lo largo de su vida: sus viajes por América y por toda España, atravesando Europa en medio de la Primera Guerra Mundial para ir a Roma, la cantidad de ciudades en las que estableció su Obra, más allá de las fronteras de España, su trabajo incansable, su entrega a los demás. Sí, habitualmente hablamos de lo que ella hizo, pero nos suele pasar más desapercibida la raíz de la que brotó toda su acción. Como ella misma dice en sus escritos, ella sólo era el instrumento visible, quién realmente hacía las obras era Dios. Por tanto, al recordar su memoria, en esta ocasión vamos a caer en la cuenta no tanto en lo que ella hizo sino en lo que Dios hizo en ella.
Los santos no son personas perfectas ni hombres o mujeres con cualidades extraordinarias, diríamos “superhombres” o “supermujeres”. No. En realidad, son personas como nosotros, con sus limitaciones y defectos, pero que se entregaron a Dios y dejaron que Dios obrara a través de ellos. Fueron personas que siguieron a Jesús, que intentaron vivir y amar como Él, sin que sus limitaciones o sus defectos fueran un impedimento.
Dolores Sopeña era una mujer enferma. Desde los 9 años padeció de una fuerte enfermedad en los ojos que la fue dejando casi ciega. Ya mayor, sufrió de diabetes y de una fuerte artrosis que le afectó las rodillas y, por tanto, su capacidad de movimiento. Sin embargo, nunca la oímos quejarse ni aquello fue un obstáculo para sus viajes y sus trabajos. Dolores confiaba en Dios y sabía que Él no le pediría nada superior a sus fuerzas, por eso sus debilidades nunca la inutilizaron sino que siempre dio lo mejor de sí misma. Cuántas veces nosotros creemos que por sufrir determinadas enfermedades y padecer ciertas limitaciones físicas no podemos ayudar a los demás. Dolores Sopeña nos estimula a ir más allá de nuestros males físicos y a entregarnos sin reservas, confiando que Dios nos sostendrá en el camino.
Pero ya no sólo se trata de limitaciones físicas. Dolores tenía un carácter fuerte. Gracias a ello pudo llevar adelante el proyecto que Dios puso entre sus manos, pero su carácter también la hacía sufrir. Pedía insistentemente en sus oraciones dulcificar su carácter, tener paciencia con los que la rodeaban y se mantuvo en esa lucha hasta el final de su vida. Con esto nos enseña que también con dificultades en nuestro modo de ser podemos ayudar a los demás y entregarnos a Dios. Dios no nos quiere perfectos, sino entregados.
El problema no son nuestras limitaciones o nuestras debilidades, sino el que éstas nos desaniman. Dolores es un ejemplo de mujer que supo superarse a sí misma y poner de manifiesto que todos podemos hacer algo por los demás cualquiera sea nuestra condición física o modo de ser.
Que el recordar su memoria nos estimule a superar nuestras limitaciones y a entregarnos a Dios y a los demás sin reservas, confiando en que si nos ponemos en manos de Dios, Él podrá obrar maravillas.
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