Vida de la Beata Dolores R. Sopeña I: Infancia

Una familia de clase media
Madrid, 11 de enero de 1841: un sacerdote une con los santos lazos del matrimonio a dos jóvenes de honda raigambre católica. Él, Tomás Rodríguez Sopeña, madrileño, tiene 21 años y acaba de terminar la carrera judicial; ella, Nicolasa Ortega Salomón, originaria de Piña de Campos (Palencia), no ha cumplido aún los 19. Están hechos el uno para el otro, sus caracteres son complementarios: él es más bien callado y tímido, de gran honradez e integridad; ella es vehemente y decidida, alegre y hogareña. La unión de los nuevos esposos pronto se verá bendecida por la presencia de dos hijos varones, Enrique y Tomás.
Don Tomás Rodríguez Sopeña aún no posee la edad reglamentaria para ejercer su carrera. En espera de poder obtener un puesto en la magistratura, el joven licenciado vive de expedientes. Esperaba aguantar unos pocos años realizando trabajos precarios, pero ahora, con el nacimiento de sus dos primeros hijos, las necesidades de la familia han aumentado considerablemente. Por ello, cuando le proponen ocuparse de la administración de las fincas de los marqueses de Vélez, en Almería, acepta la oferta inmediatamente y se traslada con su joven esposa y sus dos hijos a Vélez Rubio, una población de 1 500 habitantes situada en la posición más septentrional de la provincia, casi en el límite con las de Granada y Murcia. Allí les nacerá, el 30 de diciembre de 1848, una niña a la que bautizan ese mismo día con el nombre de Dolores, Francisca, Fermina, Jacoba.

Una infancia andaluza
La infancia de Dolores transcurre de un modo apacible – como un lago tranquilo la describe en su Autobiografía. Tiene la suerte de poseer un padre y una madre admirables, verdaderos ejemplos de vida sobre los que se moldeará poco a poco su alma. Don Tomás y doña Nicolasa se muestran en todo momento a la altura de las circunstancias. Así, cuando a los pocos años de llegar a Almería estalla en Andalucía una terrible epidemia de cólera que se cobra numerosas víctimas, los Rodríguez Sopeña deciden quedarse en Vélez Rubio y correr con sus hijos la misma suerte que el resto de los habitantes que no disponían de medios para salir huyendo y ponerse a resguardo. Consideran que su suerte tiene que ser la de todos, pobres o ricos, que sus niños son como los otros niños, que en casos así debe prevalecer sobre el miedo o cualquier consideración egoísta ante todo la solidaridad cristiana. Ejemplos como éste calan sin duda hondo en el interior de Dolores, que es inteligente y despierta. Son semillas que van germinando poco a poco en su joven corazón y no tardarán en empezar a dar sus primeros frutos.
Una vez alcanzada la edad reglamentaria, don Tomás empieza a ejercer como juez. A medida que va ascendiendo cambia de destino, lo que obliga a toda la familia a peregrinar de pueblo en pueblo por las provincias de Almería y de Granada: Albuñol, Guadix, Guayos, Ugíjar, Sorbas… Viajan en diligencia, único medio de locomoción por aquella zona – aún no ha sido instalado el ferrocarril. Esos primeros viajes son muy instructivos para la pequeña Dolores. Los pasajeros amenizan el trayecto, más o menos largo, con comentarios sobre la situación política y económica del momento, con relatos de sus propias vivencias, de sus dificultades y de sus sufrimientos, lo que permite a la niña descubrir una problemática humana a la que es particularmente sensible, y la llevará años más tarde a buscar el modo de dar corazón a esas vidas y de aliviar sus penas.Al paso de los años, la familia va creciendo en número: a los tres primeros hijos vienen a sumarse otros tres, Fermín, Antonio y Martirio. Los mayores comienzan sus estudios. Se manifiesta entonces en Dolores una enfermedad ocular molesta y dolorosa que la acompañará toda su vida. Tienen que operarla dos veces. La primera operación, conocida con el nombre de “sedal”, consiste en abrir un canal en el cuello para pasar por él un cordón de seda y evacuar por allí la supuración de los ojos. Cada pocos días le tienen que cambiar el cordón, lo que ocasiona un tremendo dolor. En la segunda operación le cortan un trocito de los párpados para que las pestañas no se le introduzcan en los ojos. Estas circunstancias pondrán en evidencia un rasgo fundamental de la personalidad de Dolores que la caracterizará toda su vida: su capacidad de sufrimiento.

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