Madrid, 3 de enero de 1918
Amadísimas hijas de mi alma:
¡Qué hermoso es irse al cielo sonriendo! Así le sucede a vuestra pobre Madre, que tiene el corazón lleno de contento en estos días desde que veo próxima la hora de mi partida.
El 30 recibí el Santo Viático con una paz, una dulzura y un consuelo que no puede compararse con nada. Hoy la Extremaunción. Y como en los dos actos he estado rodeada de las hijas que aquí están, quiero también despedirme con esta carta de las hijas ausentes.
Quiero enviaros mi última bendición en la tierra; pero desde el Cielo os bendeciré siempre y desde allí os ayudaré más.
Hijas mías, sed santas, y sobre todo, que tengáis una confianza completa en Nuestro Señor.
Yo no he tenido nada, ni virtudes, ni méritos, ni cosas heroicas; sólo la confianza sin límites.
Conservad el Instituto inmaculado. Y no se os olvide que lo nuestro es ganar almas a granel; con almas de ángeles, como si estuvierais en el Cielo, buscar almas sin tregua ni descanso.
Os bendice con toda el alma a todas vuestra Madre en el corazón Divino.

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